Muchos liberales señalan con el dedo a Donald Trump acusándolo de “preoteccionista”. Sin embargo, parece haber un estrategia geopolítica detrás de los aranceles.
En los últimos días volvió al centro del debate una pregunta que divide opiniones y alimenta discusiones internacionales: ¿es Donald Trump un proteccionista? La respuesta, lejos de ser un sí rotundo, revela una trama más compleja en la que el expresidente estadounidense combina economía, geopolítica y una visión de largo plazo.
A primera vista, la respuesta parece obvia. Las políticas arancelarias que implementó durante su presidencia, especialmente contra China, su retórica nacionalista y su eslogan “America First” dan la impresión de un retorno al proteccionismo tradicional. Sin embargo, una lectura más profunda sugiere algo diferente: Trump no está reviviendo el proteccionismo clásico, sino que impulsa una estrategia geopolítica de reposicionamiento global, en la que la economía es solo uno de varios frentes de batalla.
Más que aranceles: el trasfondo geopolítico
A diferencia del proteccionismo formulado por el economista alemán Friedrich List en el siglo XIX —que proponía proteger a las “industrias infantiles” mediante subsidios, crédito público y barreras arancelarias—, Trump no busca construir un Estado desarrollista que subsidie o financie a sus empresarios. Tampoco persigue una redistribución del ingreso ni el fortalecimiento de un aparato estatal.
El verdadero objetivo de su política arancelaria es combatir las prácticas desleales de sus principales competidores comerciales, en particular China. A los ojos de Trump, la potencia asiática ha tergiversado las reglas del comercio global: subsidia su industria, reprime el consumo interno y manipula el tipo de cambio, generando un modelo de crecimiento orientado exclusivamente a las exportaciones.
Una economía desequilibrada
El punto de partida de la estrategia trumpiana es un diagnóstico preocupante: el comercio internacional está estructuralmente desequilibrado. En 2024, el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos superó el billón de dólares, alcanzando el 3,9% del PBI. Este desequilibrio tiene su contracara en los superávits externos de países como China, Alemania y Corea del Sur.
Estos desbalances no son solo financieros. Son también políticos y sociales. El desmantelamiento progresivo del sector manufacturero estadounidense ha deteriorado el empleo industrial, impactando directamente en la clase media y erosionando lo que alguna vez fue el sueño americano.
En este contexto, Trump identifica una doble amenaza estructural:
1. El mercantilismo moderno de países superavitarios, que subsidian su producción exportadora.
2. El rol del dólar como moneda de reserva internacional, que al mantenerse fuerte por la demanda externa, impide el ajuste natural del comercio vía tipo de cambio.
¿Un proteccionismo a la inversa?
Trump no propone un proteccionismo “desde adentro” para proteger industrias frágiles. Lo suyo es un “proteccionismo a la inversa”: aranceles como castigo a prácticas abusivas externas. No cree que la industria estadounidense sea débil, sino que está siendo perjudicada por un sistema de reglas amañado.
Por eso, su política comercial es inseparable de su visión del mundo. Para Trump, el comercio no es solo una cuestión de eficiencia económica, sino de soberanía, poder y civilización. En ese marco, su arancelamiento no busca cerrar la economía, sino recuperar el equilibrio y la justicia en el sistema internacional.
El sueño americano como exportación
Aunque sus detractores lo asocian con el nacionalismo económico, Trump no es un proteccionista encerrado en las fronteras. Al contrario, su discurso tiene una ambición global: exportar valores, liderar Occidente y reconstruir un mundo alineado con los intereses de EE.UU. Desde su perspectiva, el orden liberal global —basado en el dólar, el comercio libre y la hegemonía estadounidense— fue erosionado por décadas de permisividad ante prácticas desleales de otros países.
Trump quiere revertir ese proceso. Su mirada es civilizacional, no localista. No busca un repliegue, sino una expansión de los valores estadounidenses. En su imaginario, la defensa del “mundo libre” y el renacimiento del sueño americano van de la mano.
Cuatro objetivos estratégicos
Detrás de esta cosmovisión, Trump articula una estrategia concreta que se puede resumir en cuatro objetivos fundamentales:
1. Reequilibrar el comercio internacional, obligando a los países superavitarios a desarmar sus estructuras de protección y subsidios, o imponiendo aranceles compensatorios desde EE.UU.
2. Repatriar la producción industrial, especialmente en sectores estratégicos como los microchips de última generación, la inteligencia artificial y la infraestructura energética.
3. Reformular las alianzas militares, trasladando parte del costo del escudo de defensa a sus socios de la OTAN, particularmente en Europa, y recortando el gasto militar en zonas de conflicto como Ucrania o Medio Oriente.
4. Reducir el déficit fiscal, mediante desregulación, estímulo al crecimiento, energía barata y recortes al gasto federal.
Un nuevo orden económico global
La concreción de esta agenda no será sencilla ni gratuita. Trump mismo ha reconocido que está dispuesto a pagar costos en el corto plazo: inflación, suba de precios, turbulencias financieras e incluso una posible recesión. Pero lo hace con una visión de largo plazo: proteger la seguridad nacional, corregir desequilibrios históricos y restaurar el liderazgo global estadounidense.
Este cambio de rumbo —al que algunos analistas califican como un “giro copernicano”— desafía el orden surgido tras la Guerra Fría. El recorte del financiamiento estadounidense a la Organización Mundial del Comercio es, tal vez, el primer gran paso hacia el final del sistema multilateral de comercio.
¿Riesgo u oportunidad?
La propuesta trumpiana genera temores y esperanzas por igual. Algunos advierten que estamos ingresando en una etapa de mayor incertidumbre, fragmentación institucional y riesgo de recesión global. Otros, en cambio, consideran que este enfoque puede dar lugar a una economía mundial más equilibrada y menos dependiente de prácticas distorsivas.
La historia ofrece antecedentes. A comienzos del siglo XX, el ascenso industrial de Alemania y la desindustrialización británica crearon tensiones similares a las actuales. El desenlace fue traumático. Hoy, el reto de Trump es corregir desequilibrios sin provocar las crisis que pretende evitar.
¿El futuro del orden global?
En definitiva, la visión económica de Donald Trump no es un simple regreso al pasado ni un capricho aislado. Es una apuesta ambiciosa para reconfigurar el orden mundial. Su éxito dependerá de múltiples factores: la capacidad de negociación con potencias rivales, la estabilidad del sistema financiero y la cohesión interna de Estados Unidos.
Si logra navegar esta transición con habilidad, su propuesta podría dar lugar a un sistema internacional más justo, sostenible y centrado en intereses estratégicos compartidos. Pero si falla, las consecuencias podrían marcar el inicio de una era de inestabilidad y conflictos comerciales de gran escala.
Como siempre en la historia, el tiempo será el juez definitivo.