El ciclo de la gestión de Rubén Moisello en San Martín de Tucumán llegó a su inevitable final. Con los documentos de renuncia sobre el escritorio, el dirigente puso fin formalmente a su mandato junto a toda la comisión directiva, cerrando un capítulo marcado por la ilusión deportiva y un estrepitoso fracaso institucional.
La salida de Moisello no es solo la consecuencia de una derrota deportiva, sino la prueba fehaciente del colapso de un modelo de gestión. En una entrevista con LA GACETA, el ahora exdirigente intentó explicar lo inexplicable: el derrumbe del equipo tras el golpe en Rosario contra Aldosivi, en la final por el primer ascenso.

Sin embargo, sus palabras, lejos de aclarar, expusieron la falta de profesionalismo y la carencia absoluta de autoridad que reinó durante su mandato. Moisello, en un intento por defenderse, cayó en la clásica victimización populista: culpar a factores externos, “mentiras” y rumores, en lugar de asumir la responsabilidad de una conducción fallida.
“Se dijeron muchas mentiras sobre Rosario”, arrancó Moisello, intentando desmentir el descontrol que se vivió en la concentración previa al partido decisivo.
“El clima en el hotel era de triunfo seguro. Se tergiversaron muchas cosas. Se dijo que hubo fiesta, música, joda, y eso fue mentira”, aseguró. No obstante, inmediatamente relativizó su propia defensa y admitió la falta de disciplina: “Como máximo, hubo varios jugadores que recibieron a sus familias. Tal vez el error, y eso lo hablé con el técnico de ese momento, (Diego) Flores, fue permitir tanta cantidad de gente alrededor del plantel”.
Lo que Moisello describe como “tal vez un error” fue, en realidad, el síntoma de una anarquía dirigencial. El propio presidente admitió que el club estaba, en la práctica, acéfalo, y que la comisión directiva era una figura decorativa frente a las decisiones del entrenador.
En una confesión que desnuda la precariedad del modelo de gestión, Moisello recordó el debate sobre dónde concentrar: “Nosotros quisimos concentrar en un lugar más apartado, pero Flores nos pidió que no”.
La frase que define el fracaso de su gestión es la que vino después: “Si él consideraba que era lo mejor, ¿quiénes éramos nosotros para decirle que no?”.
Esta abdicación de la autoridad es incomprensible en una institución profesional. La dirigencia, que en el pasado reciente (como se mencionó en el aniversario del club) ha estado ligada a estructuras gremiales como La Bancaria, demostró no tener la capacidad de imponer condiciones de profesionalismo. Se confiaron ciegamente en los resultados temporales (“Hasta ese momento venía bien, había clasificado con mucha anticipación”), sin construir una estructura sólida.
Cuando el castillo de naipes se cayó, la realidad fue brutal. “A partir de Rosario se derrumbó todo lo que habíamos construido. Perdimos la confianza, la fe, la energía”, reconoció Moisello.
Incapaz de encontrar la falla en su propia falta de liderazgo, el dirigente saliente recurrió al manual del populismo derrotado: culpar a “la gente” y a los medios (en este caso, las redes sociales) por el fracaso.
“Se dijo que no queríamos ascender, que ‘no nos convenía’. Una locura. Si algo necesitábamos era estar en Primera. Pero hubo gente que difundió mentiras en redes sociales y eso nos hizo muchísimo daño”, sentenció.
Finalmente, justificó el silencio cómplice que mantuvo la dirigencia tras el papelón de Rosario, no como un acto de reflexión, sino como una consecuencia de su “dolor” y problemas de salud.
“Porque el dolor fue enorme. No lográbamos digerirlo. En mi caso, además, tuve un problema de salud por el estrés. Sufrí herpes zóster, dormía muy poco, tuve que tratarme y alejarme del club seis o siete meses. No podía ni estar sentado sin dolor. Era imposible salir a hablar”, concluyó.

La renuncia de Moisello cierra un ciclo donde las excusas pesaron más que la autoridad, y donde la falta de gestión profesional le costó a San Martín el sueño del ascenso.

